Ya por las calles,
el ciego matutinamente sale a enfrentarse con el mundo. Unas gafas, un bastón y
un acordeón lo acompañan todos los días al salir.
Casualmente siempre
anda con ropa combinada, el no podrá ver los colores pero si puede sentir la
temperatura de cada color en cualquier tela, tampoco puede vernos pero le basta
oler y escuchar para saber qué tipo de persona somos, simplemente un sentido
puede ser un gran don, pero entre tantos dones alguno al irse podría resaltar
la intensidad de los otros.
Ni mucha sombra ni
mucha luz, esta es mi esquina, mucha gente pasa y eso me ayuda a ganar un pan
siquiera. Mis dedos en este acordeón son las extensiones móviles de mi mente,
cuantas cosas que se pueden expresar con solo pensarlas. Me alegra estar en
este sitio, y me alegra este tipo de vida, pero esta es totalmente diferente de
cómo la estas imaginando ahora, mi acordeón  es un instrumento fúnebre no lo puedo
catalogar como otra cosa.
Viviendo cuarenta
años en el mundo que poca gente puede admirar, uno se encuentra con personas
que no están tan fuera de mi realidad, al estar en la calle en un acto de
compañerismo un desconocido me dio la clave para poder seguir sin incomodidad. La
solución fue simple pero letal.
Viviendo a diario
con la gente aprendí a distinguir que ellos no son más que un tipo de humor, su
cuerpo bien no podrá ir muchas veces acorde a su humor, pero su humor siempre estará
acorde a su persona.
Sentado y a la
espera de la puesta de sol se concentra en sus dedos, y empieza a tocar su acordeón.
Trajina un poco el ritmo progresivo de su instrumento, y el olor del aire se le
torna lúgubre y esa es su señal para aumentar la intensidad de su canción.
Vuelve a su hogar
con joyas y unas cuantas billeteras, esta vez se arriesgó mucho al acercarse al
accidente pues casi alguien se da cuenta de las intensiones de hurto del no
vidente.
