lunes, 10 de octubre de 2011

Acordeón



Ya por las calles, el ciego matutinamente sale a enfrentarse con el mundo. Unas gafas, un bastón y un acordeón lo acompañan todos los días al salir.
Casualmente siempre anda con ropa combinada, el no podrá ver los colores pero si puede sentir la temperatura de cada color en cualquier tela, tampoco puede vernos pero le basta oler y escuchar para saber qué tipo de persona somos, simplemente un sentido puede ser un gran don, pero entre tantos dones alguno al irse podría resaltar la intensidad de los otros.
Ni mucha sombra ni mucha luz, esta es mi esquina, mucha gente pasa y eso me ayuda a ganar un pan siquiera. Mis dedos en este acordeón son las extensiones móviles de mi mente, cuantas cosas que se pueden expresar con solo pensarlas. Me alegra estar en este sitio, y me alegra este tipo de vida, pero esta es totalmente diferente de cómo la estas imaginando ahora, mi acordeón  es un instrumento fúnebre no lo puedo catalogar como otra cosa.
Viviendo cuarenta años en el mundo que poca gente puede admirar, uno se encuentra con personas que no están tan fuera de mi realidad, al estar en la calle en un acto de compañerismo un desconocido me dio la clave para poder seguir sin incomodidad. La solución fue simple pero letal.
Viviendo a diario con la gente aprendí a distinguir que ellos no son más que un tipo de humor, su cuerpo bien no podrá ir muchas veces acorde a su humor, pero su humor siempre estará acorde a su persona.
Sentado y a la espera de la puesta de sol se concentra en sus dedos, y empieza a tocar su acordeón. Trajina un poco el ritmo progresivo de su instrumento, y el olor del aire se le torna lúgubre y esa es su señal para aumentar la intensidad de su canción.
Vuelve a su hogar con joyas y unas cuantas billeteras, esta vez se arriesgó mucho al acercarse al accidente pues casi alguien se da cuenta de las intensiones de hurto del no vidente.