miércoles, 23 de noviembre de 2011

Capítulo IV


Enterrado al agua me desplomo al suelo dejando la góndola navegando en un supraterreno externo de este suelo, mis pies vuelven a ver el camino y se guían solos hasta que mi vista deje estar y se convierta en una nube blanca llena de agresivas y a la vez suaves ondas expansivas que llueven purificación y despojo.
Mis pupilas ya no dilatan, ahora la luz sobra y no necesitan expandirse. Mi color de ojos era café, pero ahora se han convertido en flamas de un amarillo pálido casi blanquecino.
Mientras mis pies perciben, huelen, miran y degustan el suelo, camino tranquilamente viendo la fauna y flora que todos descuidamos. Flores hermosas las cuales te ven y te analizan, árboles que no dejan de conversar con el viento ni tampoco se dejan de mover. Agua, tierra, fuego, aire que al juntar sus cargas juegan y se convierten en una de sus expresiones combinadas para divertirse en forma de animales, personas e insectos. Todo un mundo diverso que he olvidado al vivir en un invento del hombre mal llamado vida, pero me llama pues yo soy parte de él y en su mundo navego.